Dejadme que entre en detalles… ya os dije que el líder “debe brillar con luz propia y sacar lo mejor de los demás”. Hoy quiero hablar sobre lo primero.

Brillar no significa necesariamente relucir más que los demás, desde mi punto de vista se trata solo de tener una lucecita encendida dentro, normalmente en el corazón, eso se refleja en el exterior y se traduce en brillo, llamativo para los demás. Todos poseemos esa bombillita, lo que ocurre es que algunos aun no la han encendido.
Ser capaces de despertar admiración no tiene nada que ver con la perfeccion…nadie es perfecto, sin embargo todos admiramos cualidades como la honestidad, la lealtad, el buen hacer, la amabilidad, etc. Desde la admiración es muy fácil infundir respeto, y desde el respeto trasmitir autoridad. No una autoridad impuesta por un cargo de altura o por el poder de la fuerza. Es más parecida a la autoridad de un padre o madre al que se ama, al que “es mejor hacerle caso” porque sabe lo que se hace y lo que nos pida será bueno para nosotros, incluso cuando no estamos seguros de haberlo entendido. No sé si me explico bien.
Es imposible influir a largo plazo en los demás por la fuerza o el poder…es mucho más sencillo que alguien que se ha ganado el respeto y la admiración de otros, resulte inspirador y motivador.
En definitiva alguien que da lo mejor de sí es fácil que obtenga lo mejor de los demás.

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