Tantas veces hemos oído hablar de la confianza y desde tantos matices distintos, que tengo la sensación de que el mismo término se ha venido a menos.

Parece que la confianza se puede perder, que se puede ganar, que se puede tener o no tener, pero lo cierto es que sin ella, no podemos VIVIR.

No hablo solo de la confianza en el otro, clave para que cualquier tipo de relación, sea sincera y real, sino de la confianza en casi cualquier cosa. En ser confiados o no…en general.

Confianza por ejemplo para subirse al autobús que me lleva al trabajo y pensar en que llegaré sano y salvo. Confío en ese momento mi vida al conductor, a los demás conductores, a los semáforos, a tantas otras cosas, que no obedecen a mi control.

Confianza en el dentista, en que no me hará un estropicio en la boca mientras yo babeo sin parar ahí tumbada sin poder moverme.

Confianza en que las personas que quiero y me quieren no me harán daño gratuito y no dejarán de quererme así como así.

Confianza en mí misma, en mis posibilidades, en mis fortalezas, contando con mis miedos e inseguridades pero sin darles mucho poder.

¿Pueden las cosas salir mal? ¿Puede decepcionarme ese amigo en el que he puesto todo mi cariño? ¿Puede pincharse la rueda del coche y no llegar a la entrevista más importante de mi vida? ¿Puedo suspender el examen que con tanto esmero he preparado? En definitiva, ¿puede ser hoy mi último día?

La respuesta la tenemos todos muy clarita, y aun así podemos vivir alegres y confiados, porque sólo así merece la pena vivir.

Por tanto, no depende de los demás, ni de las circunstancias, aunque puedan ayudar a tener mejores o peores experiencias. Es una cuestión de actitud, no puedo dejar de confiar en las personas por mucho que alguna o algunas me hayan hecho sufrir. No voy a dejar de volar en un avión por horrible que haya sido un accidente aéreo ocurrido hace pocos días, no voy a dejar de creer que el mundo es maravilloso y que las cosas pueden salir bien por muchas penas que haya vivido.

Siempre hay más, un MÁS esperándote, y creer en ello te hace la vida más fácil y bonita. No olvides que habrá un punto de riesgo en todo, porque la confianza atraviesa siempre un punto ciego, un punto en el que descontrolas, en el que no depende de ti ni de tu buen hacer. Tiene la Confianza un toque de gratuidad, es un regalo hacia el otro, hacia lo que vendrá, hacia la Vida.

Confía, no desesperes y confía, arriesga porque solo el que arriesga gana y no te fíes de aquellos que dicen “piensa mal y acertarás”, porque con desconfianza se vive fatal…te lo digo yo que veo todos los días sus consecuencias en la consulta.

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2 Responses

  1. Lo siento Paloma, pero discrepo casi totalmente. Si algo he sacado en claro, después de años confiando en todo el mundo (incluidos familiares muy, muy cercanos), es a no confiar más que en mí misma. He aprendido a no esperar nada de nadie, he aprendido a desconfiar sobretodo de esas personas, de palabra fácil, que se les llena la boca ofreciéndote su ayuda y cuando los necesitas de verdad nunca están, siempre tienen la excusa perfecta y no les importa que estés mal. Cuando te hundes vienen a ayudarte, a consolarte y a aconsejarte, de nuevo con su palabrería barata te ofrecen su ayuda. Al cabo del tiempo cuando la misma historia se repite multitud de veces ya no puedes confiar. Ya no esperas nada, ni pides ayuda. Prefiero no confiar ni esperar nada, sé que los únicos que no me han defraudado son mis padres, ellos siempre han estado ahí, lástima que tengan 86 y 84 años.
    La desconfianza se ha convertido para mí en una herramienta para no sufrir, la única forma de que no me vuelvan a hacer daño.

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