Bien se podía haber titulado este post, Lecciones de perro 2, pero he preferido dar una pista desde el principio.
Dejadme que os hable de Rocky, nuestro perro, noble, bueno y sumamente cariñoso. Ya me habían avisado que los perros criados entre niños, aprenden a portarse como uno más…pobre, a veces pienso que se le olvida que es un perro. Que sea bueno no me resulta tan raro como que sea tan silencioso, teniendo en cuenta los decibelios de media que hay en casa, Rocky aún (pronto cumplirá dos años) no se ha dignado a ladrar. Sólo quiere lo que la mayoría de nosotros queremos, que nos hagan caso.
Esto es lo que le ocurría a Rocky, estaba convencido de que el agua era peligrosa, de que la mejor opción era alejarse de ella. Pero llegó el gran reto, compensar si el deseo de seguirnos mar adentro merecía o no la pena…y ¡lo hizo! Además, ahora ya lo sabe, siempre que quiera, puede meterse en el agua. “¡Qué caray! Soy un perro, estoy preparado para nadar, poseo las herramientas necesarias y lo que es mejor, disfruto como un enano nadando. ¡Lo que me había estado perdiendo hasta ahora!”
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